El ataque de la banda terrorista ETA a la casa cuartel de la Guardia Civil de la localidad alavesa de Legutiano, con el resultado de un guardia civil asesinado y otras cuatro personas más heridas, es un claro asesinato, sin discusión posible. Y sin aviso previo, como en los últimos tiempos había actuado la banda etarra. Ninguna clase, por consiguiente, de excusa ni pretexto rodea este crimen y este asesinato, que ya consigue el número de seis muertes desde el final de la tregua etarra del año pasado, que se interrumpió con el atentado y destrucción de la terminal 4 de Barajas: Aquellos dos ciudadanos, junto con los dos guardias civiles asesinados en Capbretón, Francia, y con Isaías Carrasco, ex concejal de Mondragón son las otras cinco víctimas mortales de la nueva fase etarra. ¿Nueva fase? Desde luego, esta vez no se ha tratado de una bomba avisada y con tiempo para retirarse del lugar, ni contra una antena de televisión en un monte despoblado. Hemos vuelto donde solíamos, ni más ni menos, al asesinato puro y duro, después de una pausa-tregua a la que se había llegado con una larga y eficacísima campaña de las fuerzas de la seguridad del Estado, que dejaron a ETA sin apenas recursos para seguir matando. Ahora, nuevamente, se refuerzan todas las líneas de actuación para evitar crímenes como éste de la casa cuartel, que por otra parte pudo haber producido una catástrofe muchísimo mayor, si tenemos en cuenta que en esa casa cuartel dormían cuarenta personas, de ellas varios niños.
El atentado se produce en medios de un contexto político revuelto, por causa de la retirada de Marías San Gil de la ponencia política del PP. En dicha ponencia, divulgada este martes, se mantiene e insiste en las acusaciones que el PP ha venido dirigiendo al PNV, sobre su eventual ambigüedad y falta de compromiso efectivo en la lucha contra ETA, algo que ha rechazado el portavoz nacionalista Josu Erkoreka. El portavoz expresa su sospecha de que esos textos de la ponencia sean obra, precisamente, de la referida San Gil. Precisamente acaba de aparecer un volumen breve en el que la periodista Lilian Aguirre relata la estancia de su marido, guardia civil, en el frente anti ETA”, allá por los años 80 y 90, y rememora las dificultades de aquella lucha desigual, en la que los agentes del orden eran muy frecuentes víctimas de la banda.
Eran años, relata, en los que los ataúdes de los guardias se veían obligados a salir por la puerta de atrás de los cuarteles para evitar algaradas y protestas de sus compañeros y mandos. Ciertamente, desde entonces, se ha avanzado de manera sustancial en la lucha contra la banda, pero aún queda por hacer. La banda está aún en condiciones de asesinar, y sigue decidida a hacerlo. Y no quedan otros recursos que la eficacia policial, a la colaboración internacional, el fin a todo recurso de la banda y sus secuaces a fuentes de financiación del Estado y la colaboración de los partidos políticos, sin restricción de ninguna clase. Aún quedan flecos para que todo eso sea una realidad plena e indiscutible.