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El presidente de mexico es de izquierda
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La victoria de Andrés Manuel López Obrador, comúnmente conocido como AMLO en México, arrasó con un establishment político de larga data en una sociedad donde la mayoría de los políticos son vistos como corruptos y alejados de la realidad de los ciudadanos comunes.
La victoria de López Obrador no sólo amenazó los arraigados intereses políticos y económicos que han dominado la política mexicana durante décadas, sino que también supuso un respiro para una izquierda asediada en América Latina en un momento en el que las fuerzas de la derecha estaban en alza.
El proyecto transformador del nuevo gobierno, bautizado como la “Cuarta Transformación” de México, ha prometido romper con el modelo neoliberal que había convertido al país en el más desigual entre las naciones de la OCDE. Esto ha supuesto un cambio drástico en las prioridades políticas.
Con López Obrador, el gobierno ya no promueve la inversión y la creación de empleo a cualquier precio. En su lugar, anunció el mayor aumento del salario mínimo en 36 años, aprobó una importante reforma laboral que refuerza los derechos de los trabajadores y puso fin a décadas de exenciones fiscales discrecionales a las grandes empresas. Estas medidas han inquietado a algunas élites económicas, que ahora dudan en invertir en un país que está cambiando las reglas del juego.
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Tabla de contenidoTable of ContentsEn 2018, un gobierno de izquierda liderado por el asertivo y a menudo divisivo presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó al poder, inflamando los debates partidistas en México. Sin embargo, debido a algunas sorprendentes continuidades en el enfoque de AMLO con respecto a la guerra contra las drogas en curso en el país, esta alternancia en el poder no ha cambiado la división más fundamental en el país: entre los enclaves autoritarios subyacentes en los sectores de la seguridad y la justicia y los ciudadanos y las víctimas de la violencia política y criminal que luchan por conseguir derechos, paz y justicia. La llegada de la pandemia de coronavirus ha traído aún más sufrimiento a una ciudadanía ya maltratada, pero no ha cambiado la dinámica política básica. La clave para abordar la división esencial será ampliar e intensificar la difícil búsqueda de un estado de derecho democrático y una sociedad pacífica.
En 2018, México eligió a un presidente de izquierda por primera vez desde que el país hizo la transición del régimen autoritario a la democracia en 2000. En las tres administraciones conservadoras anteriores, el derechista Partido de Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de centro-derecha, habían unido fuerzas para llevar a cabo una agenda de reformas orientadas al mercado y lanzaron una gran guerra contra las drogas contra los principales cárteles del país. En respuesta, los votantes mexicanos eligieron a un candidato presidencial que prometió revertir las reformas neoliberales, poner fin a la guerra y construir un Estado de derecho democrático mediante importantes reformas del sector de la seguridad y del sistema judicial que las administraciones anteriores no habían logrado promulgar. AMLO, tres veces candidato presidencial, fue elegido presidente con el 53% de los votos, y su coalición liderada por el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) obtuvo la mayoría legislativa.
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López Obrador ha eliminado departamentos enteros del gobierno, ha recortado los salarios de los funcionarios y ha cancelado los bonos de fin de año. Estas medidas de reducción de costes se suman a los fuertes recortes aplicados al principio de su administración, que afectaron a todo, desde el programa de entrenamiento olímpico del país hasta los hospitales públicos. Al mismo tiempo, López Obrador ha rechazado los rescates, las exenciones fiscales y el alivio de la deuda, lo que convierte a México en el único país grande del hemisferio occidental que no ha anunciado un paquete de estímulo económico para contrarrestar las consecuencias económicas de la pandemia.
Economistas de todo el espectro ideológico advierten que la austeridad en medio de la crisis está empujando a la nación hacia el desastre. Se espera que la economía se contraiga al menos un 7% este año, golpeada por una combinación letal de caída de los precios del petróleo, menor demanda de productos manufacturados, menos remesas y el colapso de la industria del turismo.
Sólo en marzo y abril, México perdió más de 700.000 empleos en la economía formal. El Banco Interamericano de Desarrollo prevé que a finales de año otros 2 millones de personas podrían estar sin trabajo. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social predice que la crisis podría empujar hasta 10,7 millones de personas -alrededor del 8,5% de la población- a la pobreza extrema, definida como tener un ingreso mensual inferior a 67 dólares en las ciudades o 60 dólares en las zonas rurales. Recientemente, los líderes católicos instaron al presidente a redirigir el dinero de algunos de sus proyectos de infraestructura favoritos -incluida la construcción de una refinería de petróleo de 8.000 millones de dólares- para dar pagos en efectivo a las familias, advirtiendo que en un país sin seguro de desempleo, muchos ya estaban pasando hambre.
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La economía de México se contrajo un 8,5% en 2020. Luchando por encontrar formas tangibles de abordar de manera significativa los problemas de larga data de México, al tiempo que sigue un programa autoimpuesto de “austeridad republicana”, López Obrador ha redoblado la retórica divisiva que ha definido su presidencia. Intenta moralizar y engatusar al país, pero le cuesta diseñar reformas políticas significativas. Cuando los críticos cuestionan su trayectoria, los ataca y socava su credibilidad. Pero, en 2021, mientras excoria al Departamento de Estado de EE.UU. por inmiscuirse en los asuntos internos de México y desprecia al respetado grupo de defensa de la libertad de prensa Artículo 19 como un adversario partidista y respaldado por las empresas, la estridente retórica de López Obrador y sus soluciones simples están empezando a irritar. El 3 de abril, Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, tuiteó: “Se nota que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador tiene problemas para defender su historial de derechos humanos cuando resucita la doctrina de la era troglodita de no comentar los historiales de derechos humanos de otros países. Ese es el recurso de los dictadores”.